Llegaron los carnavales y con ellos el invierno que no habíamos tenido. Las antiguamente llamadas Fiestas de Invierno se llenan de color, purpurina, pitos, tambores, gorgoritos de zarzuela, murgas y música bailonga. La creatividad invade las calles. Esa creatividad que en muchos solo aflora en o para estas fiestas. La imaginación no tiene límites y las agujas, hilos, tijeras y pistolas de silicona cortan y unen telas, lentejuelas, adornos variados e ilusiones. Ilusiones carnavaleras que terminan trasnochadas al amanecer el día. Nada es perdurable. Ni siquiera el amor que se desvanece en cuanto hay un problema. La noche acaba para dar paso al día. Hasta que el día vuelve a dar paso a la noche. Estos días y sus noches son de desfogue, desinhibición, atrevimiento y descaro bajo la máscara y el maquillaje. Nos disfrazamos de quienes no somos en la vida cotidiana, en quienes nos gustaría convertirnos por arte de varita mágica. Sacamos una parte de nosotros mismos o nos ponemos en la piel de otro por unas horas. A veces, la creatividad es espontánea, instantánea, como encontrar un título o tener una idea. Otras veces es más trabajada y tarda días, incluso muchos, hasta que se concreta en algo. La satisfacción embriaga al creativo que sonriente contempla su obra. Le cambia hasta el humor a este ser humano que tras una dura jornada de trabajo más rutinario que creativo comprueba que su cerebro sigue en buen funcionamiento y su espíritu aún no ha muerto. La creatividad en cualquier campo y en cualquier situación permite al hombre expresarse más allá de las normas establecidas, aunque no necesariamente tenga que transgredirlas. Simplemente, jugar con ellas. Como un niño que juega con las piezas de un lego, desafiando las leyes de la gravedad o de lo estéticamente correcto o del sentido común. Pero en carnavales, como en las artes, uno puede fabricarse una casa con la puerta en el tejado que no solo no dará el cante, sino que será alagado por su ingenio. El elogio satisface y esa satisfacción se traduce en reforzamiento de la autoestima tan machacada habitualmente por el entorno, las exigencias propias y ajenas, las frustraciones, la falta de medios, las comparaciones con los otros y la competencia desmedida. Factores malsanos que minan la confianza en uno mismo transformando el ser en otro que normalmente no le gusta nada. Algunos mutan en egos duros sobrados de soberbia que se escudan en el silencio como tras una máscara de hierro. Pero como todo, tiene su fin, se acabarán los carnavales y se caerán las máscaras. ¡Feliz Carnaval!
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A veces las máscaras se quedan todo el año,sin que la persona que la lleve note que en realidad lo que hace es distorsionar su propia realidad para que los demás lo vean como le gustaría ser. Y como decían en un peli de Almodovar: "Uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que siempre soñó ser"
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