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sábado, 3 de marzo de 2012

Pónte en mi lugar ¿Otra vez? Pónte tú en el mio. Sí, las veces que haga falta.

Nos cuesta. Nos cuesta ponernos en el lugar del otro. Sea lo que sea, no conseguimos ponernos en su situación, en su pellejo o en sus zapatos. Lo de los zapatos es más entendible por eso de que cada uno pisa de manera distinta y los amolda según su estructura corporal, pero quizás sea por eso que nada más calzarnos las babuchas de otro comprendemos que su forma de andar por la vida es otra diferente a la nuestra, ni mejor ni peor, tan solo diferente…Somos inconscientes de que aparcamos mal el coche al obstaculizar un paso de cebra, hasta que necesitamos hacer uso de él como peatones y no podemos, cuando necesitamos una rampa y solo hay escalones, cuando necesitamos un servicio médico que no existe porque no hay mucha demanda, cuando necesitamos hablar y el otro prefiere el silencio…Solo se nos despierta la consciencia y se abre nuestra capacidad de comprensión cuando realmente conseguimos ponernos en el lugar del otro. En ese momento, lo que éramos incapaces de entender se vuelve comprensible y vemos lo limitado que teníamos nuestro campo de entendimiento. Hay un punto de rubor, de vergüenza incluso, al descubrirnos tan necios y tan obtusos. El “yo nunca reaccionaría así” se burla de nosotros en el instante en que nos vemos reflejados como en un espejo. En un espejo al que miramos profundamente, no para ponernos la crema en la cara o ver que no quedan restos de pasta de dientes en la comisura de los labios, sino para encontrar a través de nuestros propios ojos lo que buscamos en nosotros mismos. Esa mirada es difícil de mantener, porque el choque de la mirada propia devuelta por el espejo nos muestra una parte de nosotros mismos que no siempre percibimos. Porque no nos miramos profundamente demasiado a menudo. Es más fácil mirar al otro y que el otro te mire intercambiando una cantidad infinita de silente información. Es hermoso que un cruce de miradas sea capaz de decir todo lo que la voz no puede porque tiene un nudo en la garganta. Es mágico que lo que se desprende de ese encuentro te ponga en tu lugar y en el del otro. Y entonces ya no hace falta decir u oir “pónte en mi lugar”, porque ya te pones las veces que haga falta…




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