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domingo, 24 de marzo de 2013

Sobre una ética universal


El bien y el mal. Binomio que está obligado a coexistir para poder ser uno y otro. Si no hay uno no se da el otro, porque en la comparación de lo que está bien y lo que está mal se definen. Una serie de normas de conducta surgen del ser humano para vivir en un entorno compartido con otros seres, humanos o no, que van más allá de religiones y leyes que marcan pautas de comportamiento basadas en parte en esas normas tácitas o no, que no solo nos permiten convivir en armonía exterior sino sobre todo interior. Se me ocurre un ejemplo relacionado con la comunicación o al menos con un medio de comunicación: Una ley puede permitir grabar a alguien sin su consentimiento, pero la ética personal dicta si el hacerlo está bien o está mal, sopesando la importancia del tema a tratar, la repercusión que pueda tener y si podría salir perjudicado.  Algo tan sutil es difícil de generalizar, porque todo es relativo y depende de la circunstancia, del individuo, del lugar en que se de…pero podría darse si tuviésemos la capacidad, la práctica, de ponernos en el lugar del otro, de tratar de entender, de verdad, qué hace al otro actuar como lo hace. El compartir entorno, cultura, tradiciones, costumbres, idioma y maneras de manifestar sentimientos y opiniones nos va asemejando incluso en la manera de pensar. La sociedad se va construyendo y destruyendo en base a unos valores comunes que no siempre resultan ser los mejores para la evolución de la propia sociedad ni para los individuos que la componen. Sentir. Creo que el sentir es lo que nos hace ir por un camino o por otro. Trataré de explicarme…Cuando uno ve un cuadro, pongamos abstracto, genera un sentimiento, sea de agrado, de respeto, de admiración o de disgusto y enfado porque nos da la impresión de que el autor nos está tomando el pelo, y eso no suele sentarnos bien. Puede que con el tiempo, la curiosidad por el sentimiento que nos causó nos lleve a interesarnos por el porqué del autor para pintarlo y del cómo llegó a expresarse como lo hizo. Puede que volvamos a ver el cuadro y nuestro sentimiento sea otro, puede que siga sin gustarnos y sigamos sin entenderlo, cosa que en el arte no es indispensable,  pero en el ejercicio de tratar de asimilarlo hay un acercamiento, una apertura hacia algo nuevo que nos era desconocido…Esa asignatura que estudiamos para aprender a ver un cuadro, deberíamos estudiarla para aprender a ver otras culturas. Acostumbrarnos al otro sin que nos perturbe es tarea de cada uno, pero resulta más fácil si el esfuerzo lo realizan ambas partes. Si tanto el que llega como el que está no se empeñan en imponer los usos y costumbres propios, la convivencia sería más armoniosa, más fluida, más enriquecedora, más natural. Si no entendemos el idioma, pero hacemos por entender lo que nos quieren transmitir, si tratamos de averiguar que puede ofender al otro para no mirarlo a los ojos si es su costumbre el no mirar directamente, o pensar que también la otra parte desconoce nuestras costumbres y nos ofende sin intención, las relaciones se irían estrechando. De cómo sintamos al otro, de cómo reaccionemos en función de su comportamiento, de si nos ofendemos o damos un margen de confianza, surgirán el miedo o la comprensión, la intolerancia o la posibilidad de asimilación necesaria para el cambio social…

domingo, 3 de marzo de 2013

Sobre mi ciudad: San Cristobal de La Laguna




Hablar de mi ciudad es como hablar de un amor al que siempre se vuelve. Da cierto pudor, porque la percepción que cada uno tiene es íntima, muy personal y afloran sentimientos. La Laguna está en la isla de Tenerife. Se creó en la época de la conquista de Canarias por los españoles, aunque ya los guanches (antiguos pobladores de la isla) habitaban en la zona de Aguere, a orillas de una gran laguna que ya no existe. Situada al noreste, tierra adentro, protegida de los ataques de los piratas, es una vega, llana, fértil, entre montañas que separan la vertiente norte y sur de la isla. Siempre ha sido una ciudad sin murallas, rasgo por lo que la declararon Patrimonio de la Humanidad en 1999. El casco histórico ha sido rehabilitado, las calles principales han sido cerradas al tráfico y se han peatonalizado. No son calles en cuadrícula, sino que responden según los estudiosos a la disposición del número áurico, lo que le da, junto a las numerosas iglesias que salpican la ciudad  y al clima húmedo y fresco, un aire misterioso y de recogimiento. Dos conventos de monjas de clausura, palacios y casas señoriales, testimonian el rico pasado aristocrático y capitalino de la Ciudad de los Adelantados, como también se le conoce. Sigue albergando la primera Universidad del archipiélago y el Obispado, pero en el siglo XIX fue desposeída del título de capital de la isla a favor de Santa Cruz que iba creciendo en importancia merced al puerto y la actividad que generaba. Ambas ciudades han ido creciendo tanto que en la actualidad están físicamente unidas como núcleo metropolitano, pero diferencias políticas y del sentir del pueblo mantienen a cada municipio en sus difuminadas fronteras.

Tuve la tremenda suerte de estudiar el bachillerato en el Instituto Cabrera Pinto, en el edificio antiguo que fue el primer instituto de Canarias, hospital y convento, con su hermoso claustro, sus techos de madera artesonados, sus aulas grandes y espaciosas separadas por puertas de madera sencilla, con aire de improvisación…Comerte el bocadillo en los recreos observando entre charlas profundas o frívolas la vida del pequeño vergel, que si una alpispa salta de una ramita a otra del naranjero de la esquina, que si el rosal tiene unas flores abiertas que huelen como ya no huelen las flores…, es un recuerdo entrañable que agradezco profundamente. El instituto es ahora centro de exposiciones, convenientemente rehabilitado; ya no acoge a diario a los inquilinos ruidosos y demasiado numerosos para tan sensible joya que han sido trasladados a un nuevo edificio. En esa época ya estábamos viviendo en la ladera de una montaña que pertenece a otro pueblo, Tegueste. Cinco minutos de carretera distaban de la entrada de la ciudad, hoy entre rotondas y densidad del tráfico se tardan unos 15 o 20 minutos. Pero los estudios, las salidas con los amigos y demás vida social y cultural, la seguía haciendo en mi ciudad de toda la vida.

Al municipio lagunero pertenecen otros núcleos poblacionales como Tejina y Valle de Guerra (zonas agrícolas), Bajamar y Punta del Hidalgo... Pueblo de pescadores de poco más 2000 habitantes, destino turístico sin pretensiones preferentemente de alemanes y locales de otras partes de la isla. Por fortuna, siguen teniendo el aire poco sofisticado y auténtico de antaño, aunque se ha ido transformando en ciudad dormitorio. De los 4 bloques de apartamentos de hace  30 años, se ha pasado a la urbanización de casas adosadas y edificios de pisos de 4 plantas. Se han mejorado las comunicaciones tanto en lo referente al transporte como a la de señal de telecomunicaciones. Una sinuosa carretera de 19 km va desde el centro a la costa, atraviesa el término municipal de Tegueste (villa agrícola, principalmente de viñedos, que queda en medio) y empieza a bajar por fincas de plataneras, frutales, flores y plantas ornamentales hasta que da la vuelta en el mirador del roque de los Dos Hermanos. Sí, la carretera se acaba. No hay más que una costa abrupta y de cuevas perfectas para los barcos piratas de espadas, floretes y trabucos. Lugar de gran fuerza energética donde hace años se hicieron varias concentraciones nocturnas para avistamientos de ovnis. A pesar de los intentos de urbanizarla, sigue siendo zona de esparcimiento y hoy se puede ver, como ayer, a las familias pasando el día a la sombra de unos tenderetes de sombrillas y colchas de los 60, las bombonas de gas butano dando fuego a las paelleras, los calderos de garbanzos y carne con papas cuyos olores despiertan el apetito del más inapetente. Pero todos estos encantos naturales que tanto se ve a las claras que me tienen con el ancla echada en estas aguas,  tienen sus inconvenientes. Este reducto no cuenta con la seguridad necesaria. No es peligroso, gracias  a Dios, pero los robos en los domicilios están a la orden del día. Hay un puesto de socorristas de la Cruz Roja en la piscina municipal, pero salvo días contados en que se prevé mucho movimiento, no hay ambulancia y tarda en llegar de hacer falta entre 20 y 30 minutos, más la vuelta a un centro de salud o al hospital, según la urgencia…el tiempo de no poder hacer nada por el accidentado. 

Roque de los Dos  Hermanos y Roques de Anaga al fondo. Foto:M.P.
 Pero bueno, hay que ver lo bueno y las mejoras que son muchas. En los últimos años, la visión de una ciudad y una isla en la que tienes tus raíces y tus afectos, con ojos de migrante que ha vivido fuera por temporadas, que queriendo o no compara, ha ido evolucionando con ellas. Cuando me fui cerraron el Teatro Leal, detrás cerró el Paraninfo y el único escenario de candilejas que se podía usar y sin las condiciones óptimas para algún espectáculo, ya fuera Bebo Cigala, Teatro Negro de Praga o los finales de curso de las academias de ballet, era el de la Universidad Laboral. Así estuvo con el telón bajado la ciudad durante 20 años de desidia y abandono, esperando el dinero para los arreglos necesarios o un milagro. Hasta que llegaron ambos: el nuevo título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad le dio nuevos bríos, nuevos fondos, nueva imagen. Era una ciudad muy bonita, pero con la tristeza de “venida a menos” y de repente, las mismas calles, del mismo ancho con las mismas fachadas lucen renovadas. La modernidad del tranvía que une Santa Cruz – La Laguna parece que también ha tenido algo que ver con la movilidad de los que sin tener que usar el coche suben de la capital -cada día más muerta- a tapear, cenar y comprar en el pequeño comercio. No se puede comparar el paseo por las calles laguneras a un centro comercial frío y apabullante, aunque los hay, con amenaza de abrir otro nuevo, y también tienen su público. 

En La Laguna todo está cerquita. El casco alberga todo lo que se puede necesitar: comercios, bares, pastelerías, librerías, bancos y con la nueva rehabilitación cada vez que paso hay algo nuevo que acaba de abrir, sobre todo terrazas. Esta renovación hacía falta, mucha falta. La Laguna se quedaba vacía y muerta al caer la tarde. Ni un alma se veía, salvo en el “cuadrilátero”, una manzana en la parte más moderna, cerca del edificio antiguo de la Universidad donde todavía hoy se concentran los más juerguistas, estudiantes o estudiados ya, entre copas y coplas de tuna. Porque a pesar de ir con los nuevos tiempos, La Laguna guarda todo el sabor de las tradiciones. Más viajados, más abiertos  que hace 40 años, los laguneros conservan el amor por sus costumbres, religiosas o folclóricas. Empezando julio se festeja a San Benito con una romería y baile de magos. Magos se llama a la gente de campo, y a la vestimenta típica también se le llama traje de mago/a, y hay tantos diseños rescatados de bibliografía antigua que es mucho más variado el colorido, las formas y las texturas. Eso sí, los textiles son cada vez de mejor calidad, lino y buenos algodones para camisas, blusas y enaguas, calados  según el buen oficio de las caladoras que van quedando menos. Artesanía y arte en manteles y toallas, que se van perdiendo por el progreso, las máquinas de coser de bordar y la competencia de los productos chinos. No es lo mismo una exquisita mantelería de hilo calado o bordado a mano con primor, que una tela de poliéster, pero claro, el precio es 10 veces inferior y cuesta mucho menos plancharlo.


Así arranca el verano y La Laguna es un lugar estupendo para los que no soportan bien el calor. Hasta el siglo pasado, era lugar de veraneo de la gente acomodada de Santa Cruz donde el bochornoso calor de la vertiente sur de la isla no resulta muy agradable. En septiembre vuelve el ritmo de colegios, clases, horarios normales en los trabajos y las fiestas que cuando éramos jovencitos nos tenían saltando y brincando durante semanas en la plaza del Cristo, con los coches de choque, los conciertos y los quioscos donde comerte un pinchito de carne y tomar un vino o una cerveza. El Santísimo Cristo de LaLaguna es para los creyentes cristianos mucho más que una bellísima talla en madera. Incluso los no muy dados a esas cosas misteriosas del más allá, sienten en el acá más próximo su fuerza sustentadora en los momentos de dolor, de pérdida y desasosiego. Siempre está…Hace un año le restauraron unas grietas, el mechón caído y sostenido por un alambre, y por encima de opiniones sobre su más o menos tostado color, esta magna imagen piadosamente esculpida por Louis Der Vule hacia el 1514, pasea su luz por las calles laguneras, bajo un sol de justicia, engalanadas en su honor, brillando su humildad, su compasión y su paciencia sobre la plata pulida, más resplandeciente que nunca. Y por nombrar la plata pulida, hay que vivir una Semana Santa lagunera. Los pasos engalanados, los cofrades con sus capirotes, las velas, las cadenas como único sonido en la procesión del Viernes Santo, son admirados por su belleza, por el arte, la tradición y el fervor religioso de los más creyentes. 

Santísimo Cristo de La Laguna y Torre de la Concepción. Foto:A.J.

Y esto es lo que se me ha ido ocurriendo mientras paseo mi vida en esta ciudad en la que he sido muy feliz, en la que me he sentido un tanto asfixiada y a la que siempre vuelvo, porque a pesar de los impedimentos, las discrepancias y los enfados, no hay nada como estar en casa…