Hablar de mi ciudad es como hablar de un amor al que
siempre se vuelve. Da cierto pudor, porque la percepción que cada uno tiene es
íntima, muy personal y afloran sentimientos. La Laguna está en la isla de Tenerife.
Se creó en la época de la conquista de Canarias por los españoles, aunque ya
los guanches (antiguos pobladores de la isla) habitaban en la zona de Aguere, a
orillas de una gran laguna que ya no existe. Situada al noreste, tierra
adentro, protegida de los ataques de los piratas, es una vega, llana, fértil,
entre montañas que separan la vertiente norte y sur de la isla. Siempre ha sido
una ciudad sin murallas, rasgo por lo que la declararon Patrimonio de la
Humanidad en 1999. El casco histórico ha sido rehabilitado, las calles
principales han sido cerradas al tráfico y se han peatonalizado. No son calles
en cuadrícula, sino que responden según los estudiosos a la disposición del
número áurico, lo que le da, junto a las numerosas iglesias que salpican la
ciudad y al clima húmedo y fresco, un
aire misterioso y de recogimiento. Dos conventos de monjas de clausura,
palacios y casas señoriales, testimonian el rico pasado aristocrático y
capitalino de la Ciudad de los Adelantados, como también se le conoce. Sigue
albergando la primera Universidad del archipiélago y el Obispado, pero en el
siglo XIX fue desposeída del título de capital de la isla a favor de Santa Cruz
que iba creciendo en importancia merced al puerto y la actividad que generaba. Ambas
ciudades han ido creciendo tanto que en la actualidad están físicamente unidas
como núcleo metropolitano, pero diferencias políticas y del sentir del pueblo
mantienen a cada municipio en sus difuminadas fronteras.
Tuve la tremenda suerte de estudiar el bachillerato en el
Instituto Cabrera Pinto, en el edificio antiguo que fue el primer instituto de
Canarias, hospital y convento, con su hermoso claustro, sus techos de madera
artesonados, sus aulas grandes y espaciosas separadas por puertas de madera
sencilla, con aire de improvisación…Comerte el bocadillo en los recreos
observando entre charlas profundas o frívolas la vida del pequeño vergel, que
si una alpispa salta de una ramita a otra del naranjero de la esquina, que si
el rosal tiene unas flores abiertas que huelen como ya no huelen las flores…,
es un recuerdo entrañable que agradezco profundamente. El instituto es ahora
centro de exposiciones, convenientemente rehabilitado; ya no acoge a diario a
los inquilinos ruidosos y demasiado numerosos para tan sensible joya que han
sido trasladados a un nuevo edificio. En esa época ya estábamos viviendo en la ladera de una
montaña que pertenece a otro pueblo, Tegueste. Cinco minutos de carretera
distaban de la entrada de la ciudad, hoy entre rotondas y densidad del tráfico
se tardan unos 15 o 20 minutos. Pero los estudios, las salidas con los amigos y
demás vida social y cultural, la seguía haciendo en mi ciudad de toda la vida.
Al municipio lagunero pertenecen otros núcleos
poblacionales como Tejina y Valle de Guerra (zonas agrícolas), Bajamar y Punta
del Hidalgo... Pueblo de
pescadores de poco más 2000 habitantes, destino turístico sin pretensiones
preferentemente de alemanes y locales de otras partes de la isla. Por fortuna,
siguen teniendo el aire poco sofisticado y auténtico de antaño, aunque se ha ido
transformando en ciudad dormitorio. De los 4 bloques de apartamentos de
hace 30 años, se ha pasado a la
urbanización de casas adosadas y edificios de pisos de 4 plantas. Se han
mejorado las comunicaciones tanto en lo referente al transporte como a la de
señal de telecomunicaciones. Una sinuosa carretera de 19 km va desde el centro
a la costa, atraviesa el término municipal de Tegueste (villa agrícola,
principalmente de viñedos, que queda en medio) y empieza a bajar por fincas de
plataneras, frutales, flores y plantas ornamentales hasta que da la vuelta en
el mirador del roque de los Dos Hermanos. Sí, la carretera se acaba. No hay más
que una costa abrupta y de cuevas perfectas para los barcos piratas de espadas,
floretes y trabucos. Lugar de gran fuerza energética donde hace años se
hicieron varias concentraciones nocturnas para avistamientos de ovnis. A pesar de los intentos de urbanizarla, sigue siendo zona de
esparcimiento y hoy se puede ver, como ayer, a las familias pasando el día a la
sombra de unos tenderetes de sombrillas y colchas de los 60, las bombonas de
gas butano dando fuego a las paelleras, los calderos de garbanzos y carne con
papas cuyos olores despiertan el apetito del más inapetente. Pero todos estos
encantos naturales que tanto se ve a las claras que me tienen con el ancla echada
en estas aguas, tienen sus
inconvenientes. Este reducto no cuenta con la seguridad necesaria. No es
peligroso, gracias a Dios, pero los
robos en los domicilios están a la orden del día. Hay un puesto de socorristas
de la Cruz Roja en la piscina municipal, pero salvo días contados en que se
prevé mucho movimiento, no hay ambulancia y tarda en llegar de hacer falta
entre 20 y 30 minutos, más la vuelta a un centro de salud o al hospital, según
la urgencia…el tiempo de no poder hacer nada por el accidentado.
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Roque de los Dos Hermanos y Roques de Anaga al fondo. Foto:M.P. |
Pero bueno, hay que ver lo bueno y las mejoras que son
muchas. En los últimos años, la visión de una ciudad y una isla en la que
tienes tus raíces y tus afectos, con ojos de migrante que ha vivido fuera por
temporadas, que queriendo o no compara, ha ido evolucionando con ellas. Cuando
me fui cerraron el Teatro Leal, detrás cerró el Paraninfo y el único escenario
de candilejas que se podía usar y sin las condiciones óptimas para algún
espectáculo, ya fuera Bebo Cigala, Teatro Negro de Praga o los finales de curso
de las academias de ballet, era el de la Universidad Laboral. Así estuvo con el
telón bajado la ciudad durante 20 años de desidia y abandono, esperando el
dinero para los arreglos necesarios o un milagro. Hasta que llegaron ambos: el
nuevo título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad le dio nuevos bríos, nuevos
fondos, nueva imagen. Era una ciudad muy bonita, pero con la tristeza de
“venida a menos” y de repente, las mismas calles, del mismo ancho con las
mismas fachadas lucen renovadas. La modernidad del tranvía que une Santa Cruz –
La Laguna parece que también ha tenido algo que ver con la movilidad de los que
sin tener que usar el coche suben de la capital -cada día más muerta- a tapear,
cenar y comprar en el pequeño comercio. No se puede comparar el paseo por las
calles laguneras a un centro comercial frío y apabullante, aunque los hay, con
amenaza de abrir otro nuevo, y también tienen su público.
En La Laguna todo está cerquita. El casco alberga todo lo
que se puede necesitar: comercios, bares, pastelerías, librerías, bancos y con
la nueva rehabilitación cada vez que paso hay algo nuevo que acaba de abrir,
sobre todo terrazas. Esta renovación hacía falta, mucha falta. La Laguna se
quedaba vacía y muerta al caer la tarde. Ni un alma se veía, salvo en el
“cuadrilátero”, una manzana en la parte más moderna, cerca del edificio antiguo
de la Universidad donde todavía hoy se concentran los más juerguistas,
estudiantes o estudiados ya, entre copas y coplas de tuna. Porque a pesar de ir
con los nuevos tiempos, La Laguna guarda todo el sabor de las tradiciones. Más
viajados, más abiertos que hace 40 años,
los laguneros conservan el amor por sus costumbres, religiosas o folclóricas.
Empezando julio se festeja a San Benito con una romería y baile de magos. Magos
se llama a la gente de campo, y a la vestimenta típica también se le llama
traje de mago/a, y hay tantos diseños rescatados de bibliografía antigua que es
mucho más variado el colorido, las formas y las texturas. Eso sí, los textiles
son cada vez de mejor calidad, lino y buenos algodones para camisas, blusas y
enaguas, calados según el buen oficio de
las caladoras que van quedando menos. Artesanía y arte en manteles y toallas, que
se van perdiendo por el progreso, las máquinas de coser de bordar y la competencia
de los productos chinos. No es lo mismo una exquisita mantelería de hilo calado
o bordado a mano con primor, que una tela de poliéster, pero claro, el precio
es 10 veces inferior y cuesta mucho menos plancharlo.
Así arranca el verano y La Laguna es un lugar estupendo
para los que no soportan bien el calor. Hasta el siglo pasado, era lugar de
veraneo de la gente acomodada de Santa Cruz donde el bochornoso calor de la
vertiente sur de la isla no resulta muy agradable. En septiembre vuelve el ritmo
de colegios, clases, horarios normales en los trabajos y las fiestas que cuando
éramos jovencitos nos tenían saltando y brincando durante semanas en la plaza
del Cristo, con los coches de choque, los conciertos y los quioscos donde
comerte un pinchito de carne y tomar un vino o una cerveza. El Santísimo Cristo
de LaLaguna es para los creyentes cristianos mucho más que una bellísima talla
en madera. Incluso los no muy dados a esas cosas misteriosas del más allá,
sienten en el acá más próximo su fuerza sustentadora en los momentos de dolor,
de pérdida y desasosiego. Siempre está…Hace un año le restauraron unas grietas,
el mechón caído y sostenido por un alambre, y por encima de opiniones sobre su más
o menos tostado color, esta magna imagen piadosamente
esculpida por Louis Der Vule hacia el 1514, pasea su luz por las calles
laguneras, bajo un sol de justicia, engalanadas en su honor, brillando su
humildad, su compasión y su paciencia sobre la plata pulida, más
resplandeciente que nunca. Y por nombrar la plata pulida, hay que vivir una
Semana Santa lagunera. Los pasos engalanados, los cofrades con sus capirotes,
las velas, las cadenas como único sonido en la procesión del Viernes Santo, son
admirados por su belleza, por el arte, la tradición y el fervor religioso de
los más creyentes.
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Santísimo Cristo de La Laguna y Torre de la Concepción. Foto:A.J. | | |
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Y esto es lo que se me ha ido ocurriendo mientras paseo
mi vida en esta ciudad en la que he sido muy feliz, en la que me he sentido un
tanto asfixiada y a la que siempre vuelvo, porque a pesar de los impedimentos,
las discrepancias y los enfados, no hay nada como estar en casa…