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lunes, 29 de junio de 2009

Ana Laguna & Mikhail Baryshnikov. Three solos and a duet

Y la estrella brilló en un fondo oscuro, negro, necesario para proyectar su luz y su figura que crecía y giraba y, sin aspavientos, danzaba como si la gracia y la elegancia lo fueran todo. La técnica virtuosa de Baryshnikov está detrás, permanece en el bailarín que flotaba entre-chats, jetés, grand jetés y tours en l’air para posarse ingrávido sobre 40 ó 50 pirouettes…¡Ah, qué gozo! Una puede querer verle en sus años mozos y él, que lo sabe, nos proyecta un vídeo de una clase magistral que él mismo observa con asombro. La mano en los riñones tras un ejercicio extraordinariamente preciso es un guiño al público respecto a la edad y sus limitaciones, pero su porte, su armonía, su expresividad, tanto mímica como teatral, lo crecen, tanto, que al acercarnos a él en la puerta de salida del escenario, sorprende ver al hombre: menguado, enjuto y cansado, que atentamente firmó muchos autógrafos, aunque no todos. Nos queda la foto de las amigas que fuimos hace años a verle bailar en Las Palmas, Baryshni en medio, sonriente, cansado, pero sin arrugas… Nos quedan las imágenes de sus tonteos con la mesa de turno ( a sus 61 años volvió a subir sin esfuerzo, aparente al menos, en uno de sus solos), y los sueños de ser Ana Laguna entre sus brazos firmes, ondulantes, gráciles y absolutamente emotivos y donantes de una embriaguez tal al abanar el aire con sus grandes manos, que la belleza efímera de la danza permanece por siempre en el alma de quienes tuvieron la fortuna de presenciar el aleteo refulgente de la estrella, que después de darlo todo se aleja hasta que su luz se apague.
En el aire, 30 de junio de 2009.-

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