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sábado, 2 de octubre de 2010

La batalla del aire acondicionado.

El termómetro marca 40º C en el exterior. El sol rompe con sus rayos cualquier medidor inventado por el hombre. La sombra no cubre las necesidades de protección solar. Detrás de las gafas polarizadas, bajo un sombrero y cubiertos los brazos con mangas o pañuelos extra largos, sintiendo las gotas de sudor goteando de las pestañas para rodar por las mejillas y encontrarse con las que caen por las sienes, no entiendes cómo se puede retener líquido con el que estás desprendiendo. Cuando crees que es imposible encontrarse peor y superado el “no voy a poder soportarlo”, cuando tu cuerpo, aunque sea muy lentamente, se va adaptando a la nueva temperatura al nuevo no aire, un paso te separa del mal aire. ¿El mal aire? Sí, esa ráfaga que te hace gritar aterrorizada – en medio de una discoteca abarrotada a punto de saludar a alguien que te están presentando – ¡uuufff, vendaval! O que en los grandes almacenes te obliga a ir con abrigo de invierno en pleno agosto,en el hemisferio norte, a pesar de lo cual la nariz no deja de gotear y los ojos a llorar por lo estúpido y absurdo del brusco cambio de temperatura exterior-interior. Incluso en el cine, costumbre perdida de ver las películas en pantalla grande por culpa del aire acondicionado. Ni el chaquetón, ni la mantita por las rodillas consiguieron evitar la congestión nasal y la transformación en faringitis y bronquitis. Ahora se impone también la exageración en teatros y auditorios. O sale por debajo de los asientos amenazando a las zonas bajas, o te perfora el tímpano si dejas las orejas al descubierto. La agresión airosa ha condicionado la vida de muchas personas cuyos organismos no toleran esos cambios de 18º en el interior en verano y los 33º de las calefacciones en invierno. No al transporte público y sí al uso del coche privado por la sencilla razón de que un trayecto de dos minutos, qué digo, según terminas de validar el billete, ya te dio el espasmo. Y entonces la anécdota de llegar al trabajo por las mañanas con una chaqueta roja de, digamos, entretiempo, en una isla caracterizada por los contrastes naturales debidos a la orografía y la altura sobre el nivel del mar, se convierte en la rutina de cualquier estación del año, más o menos exagerada para el resto de los mortales que incluso se atreven a tildarte de generadora de malas energías. Un mal aire los barrerá a todos por lo listos que pasean por el mundo, manejando los aires sin sutileza ni sapiencia. Pues la recomendación de los técnicos es que para un buen funcionamiento la variación debe estar entre los 5 ó 6 grados. Moderación, como todo en la vida. Pero la moderación no se exporta ni importa. En un país de grandes contrastes, de importantes cambios en estos tiempos como Marruecos, de los aires controlados en las medinas por pasajes estrechos y sombra de cañizos y hojalata y unos maravillosos techos artesonados, se pasa al descontrolado aire acondicionado de hoteles y tiendas grandes. Al final te chafan el viaje los mocos y no los moros que quieren venderte pañuelos…Un calco de lo que pasa en España, vaya. Atchiiiis!

2 comentarios:

  1. Como siempre un dominio de ironia y de letra. Muak

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  2. Nunca pensé que iba a estar de acuerdo en este tema contigo. Pero he de reconocer que últimamente he sufrido eso que tú has denominado como mal aire. A partir de los diez grados de diferencia entre el exterior y el interior, empiezan los verdaderos efectos sobre la salud. Y aunque motivo de muchas carcajadas, incompresiones y anécdotas que contar exagerándolas, hasta la eternidad, tenía que decirte que me ha encantado el post.

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