Hoy se inaugura la exposición universal en Shanghai. Según las cifras que escuché ayer en la radio, 50.000 personas han pasado ya por el pabellón español. Un éxito a puertas cerradas que augura otro mayor cuando las puertas de mimbre se abran al público. Expectación, satisfacción y responsabilidad para mantener la atención de moda en un país en el que están puestas todas la miradas. ¿O no se han dado cuenta de que todo el mundo habla de China? España está entre sedas en el país de la seda. Nos copiaron el jamón serrano, las instalaciones deportivas y tantas otras cosas más porque son las mejores del mundo y ellos quieren ser "number one". Yo estos días ando, o floto mejor, de nube en nube, entre el día a día y lo novedoso que pronto se hará cotidiano, así es que los dejo con un reportaje publicado en noviembre de 2007 en Zero con motivo de Beijing 2008...
LA OTRA CARA DE LA MEDALLA
Por María Padrón
A las puertas de un nuevo año olímpico, la gran potencia asiática y mundial se prepara para recibir a los millares de personas que viajarán a presenciar las Olimpiadas en su capital, Pekín (Beijing), y que aprovecharán para conocer siquiera una parte del país. Pero…¿qué pasará con los millares de chinos que malviven entre tanta riqueza y progreso?
A través de las ventanas del autobús que nos recogió en el aeropuerto, la capital de China se mostraba tal y como la retrataba la película que unos días antes había visto en un cine de Madrid. ¡Era increíble! ¡Como si hubiese saltado a la pantalla o la butaca de la sala se hubiese trasladado a otra dimensión! Allí estaban las bicicletas con sus ciclistas pedaleando en masa. “Las bicicletas de Pekín”, uno de los símbolos de la ciudad, artículo de lujo antes de la apertura, elemento de primera necesidad para la mayoría de los pekineses que las usan bien para desplazarse de un lugar a otro, bien para trabajar. Cargadas con mercancías de lo más inverosímiles, cajas, bolsas, grano, hierba, cereal o una nevera, se abren paso a golpe de pedal por las abarrotadas calles. Pero no solo estaban las bicicletas, también esos suburbios de chabolas y casuchas de latón y madera, más o menos resistentes al tiempo y los fenómenos atmosféricos; barrios oscuros y pobres… Toda la escena rodaba a la derecha de la calzada que seguía el autobús entrando en la gran ciudad. A la izquierda, otro mundo. El progreso, el cristal y el acero de los inmensos edificios que quieren tocar el techo llenándose de luz. Espejos del esplendor decadente de siglos pasados, delicadas sedas, exquisito té, porcelana finísima, tibores, jarrones, cajitas, joyas, cloissoners, jades, encandilan al extranjero. Manufacturas exquisitas, trabajo de chinos. No es una frase hecha. Realmente, no todos los pueblos tienen la capacidad del gran pueblo chino para soportar las explotaciones personales en las fábricas, las condiciones infrahumanas en las que realizan su trabajo, las horas y lo mal pagados que están. No es algo que uno imagine. Se ve, lo enseñan.
Damos un pequeño paseo por las instalaciones de una fábrica de edredones y telas de seda., en Suzhou. Una gran sala. Woks muy grandes, en soporte de aspecto más bien endeble, con agua hirviendo y capullos de seda flotando. -Por la impermeabilidad con que los gusanos construyen la envoltura que los protegerá durante su metamorfosis, solo con el agua a gran temperatura se consigue deshacer el ovillo-. Delante de cada caldero una persona introduce continuamente las manos escaldadas, desnudas, rojas, sin sensibilidad, para ir desenmarañando los hilos de seda del capullo mientras se enrollan lentamente en el huso que pende del tenderete arcaico. Los rostros resignados y sufridos dan paso a otra sala donde se tejen las costosas telas que multiplicarán el precio en el mercado exterior. La fase final de fabricación de edredones resulta más cómica, ya que los trabajadores se dedican a dar, literalmente, una paliza a los embrollos de seda que se meterán en una funda para ser vendidos al módico precio de unos 60 euros para cama grande. Chocante es el desfile de prendas sedosas que precede a la compra.
Llama mucho la atención la paciencia infinita con la que crean una pieza de exquisita porcelana fina o los distintos productos de cloissener. Los talleres parecen transportarnos en el tiempo entre polvo, hornos, materiales y mobiliario de siglos pasados. Aquellas escenas de las novelas de Peral.S.Buch en las que, desesperados por la hambruna, una sopa consistía en meter una piedra en una marmita con agua hirviendo. Se nos invita a descubrir el proceso de creación. Estupendo, una oportunidad única para conocer el misterio del cloisoner, que consiste en rellenar de esmalte el dibujo que se ha hecho con unos finísimos alambres de cobre que previamente se han soldado a una base, ya sea un jarrón o un pendiente o un bolígrafo, para lo que es necesario un pulso y una precisión extraordinarios. Pero otra vez las condiciones en las que el artesano laborioso trabaja, deja huella… Después la pieza pasará al interior de un horno de altas temperaturas. A gran temperatura se tuestan también las hojas de té. En el bonito paisaje de Hangzhou, junto al lago, crecen los arbustos cuyas hojas color esmeralda se recogen tiernas para posteriores manipulaciones. -En función del tipo de té que quiera obtenerse (verde, negro, etc), será el tueste, la oxidación, el corte de las hojas-. Esta vez sin agua en el wok candente, unas manos callosas marean con buen oficio las hojas de té para que pierdan la humedad y puedan enrollase con facilidad guardando en su interior todo el sabor y virtudes de la milenaria planta. En demasiadas ocasiones único sustento alimenticio. Aún hoy, la miseria parece comerse hasta las paredes de los habitáculos en las traseras de los grandes y lujosos hoteles de ciudades como Shanghai. Mirando al futuro de su importante puerto da la espalda a la gran cloaca en la que se ha convertido el canal imperial, donde un anciano acuclillado se lava en el escalón de su casa, mientras una niñita estudia sentada a una mesita que ocupa la terraza colgante entre tiestos con plantas, plagada de mosquitos y humedad. Una vecina lava la ropa en el agua sucia que corre por el canal. Un ruido ensordecedor nos hace girar la cabeza, una esclusa se abre…
Fuera de los circuitos turísticos, en la trastienda del gran escaparate chino, la vida parece haberse quedado atrapada en otro espacio-tiempo donde el progreso no llega y los piojos, las chinches y las ratas no corren peligro de extinción.