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viernes, 19 de noviembre de 2010

Fundación María García-Estrada

María García-Estrada era una joven brillante y encantadora. Tenía tan solo 23 años cuando tuvo que despedirse de su familia y amigos por culpa de un sarcoma para el que no había cura. Por expreso deseo de María, la fundación que lleva su nombre dedica sus esfuerzos a la investigación de estos tumores malignos.

En el siguiente Vídeo de la Memoria de la Fundación María García-Estrada 2006-2009, te harás una idea del trabajo que están llevando a cabo. Son sólo 9 minutos de tu tiempo. GRACIAS.

Música y canción compuesta por David Ascanio para la Fundación MGE
  
        http://www.youtube.com/watch?v=BcR3wb_cxIw

Locución: María Padrón

martes, 9 de noviembre de 2010

Compañía Nacional de Danza 2

En silencio, los cuerpos oscilaban y se movían por el escenario. Los brazos como aspas hacían silbar el aire y ese sonido fue poco a poco envolviendo al Auditorio de Tenerife con la atmósfera de la albufera. Aleteos y graznidos de las aves sobre los arrozales, surge la voz de Maria del Mar Bonet en Jardí Tancat y hasta las luces de Sorolla arropan la escena. Arado, siembra, recolecta hacen una pausa. Sin palabras - Without words - arrulla las emociones en blanco y negro con tanta delicadeza y elegancia que quitaba el aliento y como notas en un pentagrama de Schubert o letras tratando de formar palabras, el movimiento ondulante circular liberaba los cuerpos danzantes, en la antesala quizás del trance al que llegan en Gnawa como miembros de una serie de cofradías místicas musulmanas, caracterizadas por su origen subsahariano, al son de músicas españolas y norteafricanas.


Un espectáculo precioso de esta compañía de jóvenes bailarines, con coreografías del fundador de la CNC 2, Nacho Duato, durante 20 años al frente de la Compañía Nacional de Danza, hoy bajo la dirección artística de Hervé Palito.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Sueño de una noche de verano

Dicen que una de las funciones del teatro es la de molestar al espectador, la de hacer que se revuelva en su butaca y masculle incómodo, pa sus adentros, qué demonios está pasando. Eso me pasó el otro día con el sueño de una noche de verano en el Guimerá. Una pesadilla en la que los faunos y las hadas resultaron  lo  mejor de la representación junto a la escenografía ( hay que tener en cuenta la fecha del estreno, según mi gusto, claro, porque a una amiga le pareció paupérrima y triste, por ejemplo) pero no bien hubo empezado el supuesto recitativo de la obra de Shakespeare la tortura de unas voces planas, a la carrera como a ver quién era más virtuoso en la articulación de un texto en el que no se respetaban las pausas marcadas por el autor con sus signos tan arcaicos de puntos y comas, te impedían resolver si lo que estaba entrando por tus oídos y martillando tu cerebro era un informativo, quizás por la moda impuesta de unos años a esta parte de encabalgar las frases marcando la pausa tras la primera palabra de la frase siguiente, dejando en suspenso el sentido de lo que se dice, ya que mi mente no conseguía descifrar el mensaje. Quizá Helena Pimenta, la autora de esta versión tan laureada – entre otros fue premio nacional de teatro en 1993 – pretendía, y por las críticas con gran éxito, quitarle a la obra ese tedio que, al menos en mi, provoca sea en ballet o en concierto, probablemente por la idea misma de ser un sueño… el ritmo y la trama te llevan a un adormecimiento cadencioso.

En un sopor ansiaba el aplauso que pusiera punto y final, pero resultó que la obra resucitó en cuestión de segundos y aparecieron otros personajes (muy meritorio el trabajo de los actores cambiando de rol con solo girarse durante toda la representación) interpretando otra obra con leoncito incluido que liberó las carcajadas del público, divertido con la parodia de la flamenca, el obrero en calzoncillo que no calzón con un humor en clave de no sé qué que dejáronme perpleja. Una vez más salí del teatro con la sensación de no haber entendido nada de los guiños e ingenios que entusiasman al público y a los críticos. Mi decodificador debe de estar desintonizado con los tiempos que corren, porque la buena idea de modernizar el teatro clásico con los recursos que se manejan se enturbia con una risa fácil que yo no siento.

Seguro que de haberla visto en 1993 cuando se estrenó y triunfó, la sensación hubiese sido otra, porque, con todo respeto, en estos 17 años transcurridos desde entonces el mundo y su representación han cambiado un poco...